miércoles, 20 de abril de 2011

ROMANCE DE LA MORITA TRISTE

(imagen felixmaocho.wordpress.com)
Layla había nacido en Granada, dentro del palacio de La Alhambra, pues era prima del rey Boabdil. Era su tez morena, color canela de pelo negrísimo como negrísimos eran sus grandes ojos, brillantes como estrellas. Su cara de facciones perfectas siempre estaba dibujada por una eterna sonrisa alegre .
Su padre Abdul-Wadud, había partido hacia Castilla, pues era un hombre de negocios y llevaba un cargamento de preciosas telas llegadas de Arabia con las que las mujeres castellanas enriquecieran sus vestidos.
Había dejado al cuidado  de su hija a su sobrino Boabdil y a la madre de éste. Reina de fuerte influencia sobre el hijo que jóven y enamoradizo coqueteaba con cuantas jóvenes se cruzaban en su camino.
Abdul-Wadud llegó a  Despeñaperros frontera natural para entrar en tierras castellanas.Al llegar a Bailen, antes de traspasar las montañas decidió descansar pues el calor apretaba y sus años le pesaban cada vez más en los viajes. Decidió hacer noche allí mismo y emprender de nuevo el largo camino que aún le restaba en el amanecer del día siguiente.
Así lo hizo llegando a las primeras tierras castellanas, cruzándose en el camino con un pequeño ejército de hombres rubios castellanos que no respondieron a su cortés saludo.  El extrañado pensó " qué raro, siempre han correspondido a mis saludos".
Apenas habia trancurrido media hora cuando encontró explicación a su  duda. Había ocurrido un enfrentamiento entre leales al rey de Castilla y a los seguidores del rey de Granada.
Eran los primeros escarceos de los nobles castellanos, las primeras avanzadillas para la conquista de Granada.
Apenado por la noticia siguió su camino y por fin llegó a Castilla. Encontró a las gentes muy revueltas, mirando con recelo tanto a los árabes que allí moraban como a los judíos comerciantes que exponían sus mercancías.
El era harto conocido de muchos años y no tuvo inconveniente en veneder las ricas telas que llevaba, por lo cual intranquilo decidió regresar a su tierra en cuanto hubieran descansado él y la gente que le acompañaba.
Pasaron dos días para reemprender la marcha que hicieron algo inquietos pues en el ambiente había algo extraño que les intranquilizaba.  Deshicieron el camino que les había llevado a Castilla y al pasar de nuevo Despeñaperros, en llegando a Jaén,  se vieron sorprendidos por una batalla entre arabes y castellanos. No eran muchos los hombres que allí peleaban pero era cruenta y ambos bandos peleaban ferozmente.
Abdul-Wadud que era hombre de paz ordenó a sus sirvientes y él mismo refugiarse entre los matorrales del camino a fin de poder librarse de aquella encarnizada batalla que les era ajena.
Al cabo de muchas horas y sin ningún ganador cada bando se retiró a sus tierras, pero en el camino hallaron muchos muertos y heridos. Abdul y sus hombres recorrían atónitos aquellos cuerpos ensangrentados sin comprender por qué razón de aquella lucha que hasta entonces nunca se había producido, pues la paz entre todos los habitantes de Hispania era ejemplo entre las tierras del orbe.
Especial atención le llamó un joven de rubios cabellos con heridas tan profundas  que producían asombro el que aún pudiera conservar la vida. Acercóse a él y el joven le pidió agua.
Vertió un sorbo en sus resecos labios y por fin abrió los ojos, unos ojos intensamente azules con apenas un halo de vida. Tenía la cara ensangrentada y brotaba sangre también de su pecho. Rápidamente ordeno a sus hombres le trajeran vendas  y ungüentos para curarle sus heridas.
Los castellanos habían abandonado aquellas tierras, de modo que recogieron a unos cuantos heridos y al castellano y lo depositaron en sus cabalgaduras para llevarlos hasta Al-Andalus y allí poder sanarles.
El camino fué largo, y no exento de dificultades, pero al fín vislumbraron Granada.
Todo lo rápido que pudieron acomodaron a los heridos en sus aposentos y avisaron al médico acudiese presto pues al castellano cada vez las heridas sangraban más y cada vez el color huía de sus mejillas.
Layla corrió a saludar a su padre al que abrazó y asombrada vió cómo atendía con toda prisa a un herido que no era como los hombres a los que ella estaba acostumbrada a ver, ya que nunca había salido de Granada.
Le sorprendió sus ensangrentados cabellos rubios, su tez blanca y por unos instantes observó cuando él abrió los ojos, el raro color de ellos: no eran negros, eran azules.
Le causó tan honda impresión que pidió a su padre le dejara ayudarle a curar a aquel hombre extraño llegado de tierras tan lejanas; Abdul aceptó, pues verdaderamente necesitaban de ayuda al haber varios heridos.
Los días pasaban y el castellano aunque no empeoraba, tampoco volvía en sí.Sus heridas sanaban lentamente. Layla sintió algo que hasta entonces no había experimentado y que desconocía hasta su nombre, pero solamente ansiaba estar al aldo de aquel extranjero alto y rubio del que ignoraba su nombre.
Un día en que estaba velando su sueño, con voz muy baja ella empezó a hablarle palabras dulces que salían de lo más profundo de su corazón. ¿ Qué era aquella extraña sensación que sentía, aquel cosquilleo en su estómago cada vez que miraba aquel rostro de tez tan blanca?
Pensó que no era escuchada pero una mañana el castellano en un susurro le dijo: "Mi nombre es Rodrigo".
No dijo más, pero a Layla le sonó a coro celestial. Ignoraba todo sobre aquel hombre que le había enamorado; ignoraba si alguna rubia castellana le aguardaba en Castilla, no le importaba, ahora él estaba allí y podía contemplar su rostro de mandíbulas fuertes y cuadradas.
El tiempo pasaba y Rodrigo comenzó a poder tomar alimento y a restablecer sus fuerzas. Poco a poco empezó a pasear por los jardines del Generalife. La hospitalidad de que gozaba por parte de todos asombraba al mismo Rodrigo y se preguntaba cómo era posible pelearse con aquellas gentes tan cordiales y corteses.
Le asombraba la dedicación de Layla y admiraba la belleza morena de aquella joven , casi una niña, de sonrisa dulce y afectuosa.  Olvidó que en Castilla le aguardaba Isabela, su prometida, una cristiana de Toledo que esperaba que él regresara pronto para unirse en matrimonio. Cada día que pasaba se sentía más atraido por aquella preciosa infiel. Ella a su vez no le hacía preguntas, no quería saber nada, pues intuía que su corazón estaba ocupado por otra mujer.
Y llegó el día en que Rodrigo ya restablecido decidió hablar con Abdul-Wadud para comunicarle su infinito agradecimiento por haberle salvado la vida y su regreso a Castilla.
Para Abdul no había pasado desapercibida la atracción que su hija sentía hacia el extranjero y le daba miedo que le rompiera el corazón con su partida, lo que explicó a Rodrigo pidiéndole que hiciera lo más llevadera posible la marcha para que ella no sufriera. Rodrigo le dió su palabra de caballero y le pidió que le dejara a solas con Layla para hablarle.
Abdul accedió a su petición y Layla esuchó de sus labios que partiría rumbo a Castilla al día siguiente. Con la vista baja e inmensa tristeza la muchacha escuchó de sus labios palabras de gratitud y de cariño, pero no era lo que ella esperaba. Sabía desde siempre que llegaría ese día pero no quería renunciar a aquellos momentos de su permanencia con él.
El le explicó que otra mujer cristiana le esperaba en  Toledo a la que había prometido en matrimonio y no podía romper su palabra, pero que de no ser así, se hubiera quedado en Granada para unir su vida a la de ella.
Las lágrimas corrian por las mejillas de Layla, al tiempo que Rodrigo inclinándose, le dió un ligero beso en los labios, apartándose de ella y alejnándose por los jardines.
No se volvieron a ver más. Los Reyes de Castilla llegaron a Granada y montaron un campamento a las puertas de la ciudad para conquistar la última plaza de Al-Andalus. Entre sus tropas estaba Rodrigo con Isabela su esposa, pero Layla ya no estaba allí, junto con su padre había cruzado el Estrecho  rumbo a otras tierras.
Cuentan que a la llegada de su primo Boabdil, fué ella la que le consoló de las tierras que había dejado atrás y los más viejos del lugar dicen que jamás volvió a sonreir y que nunca amó  a otro hombre. Que el recuerdo de Rodrigo estuvo siempre a su lado y su mirada siempre se dirigía hacia el Norte buscando  aquellas lejanas tierras de Hispania que había sido  el hogar de su niñez y el lugar del más grande amor que jamás sintió.
Desde que ocurrieron los hechos no se le volvió a llamar por su nombre, sino por "la morita triste".

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