viernes, 11 de marzo de 2011

ECHANDO LA VISTA ATRAS

Yo había acordado con la empresa en la que en ese momento trabajaba, reducir mi jornada a tres días a la semana y únicamente acudir a mi puesto por la mañana. Aquel 11 de marzo era jueves, por tanto me tocaba librar, pero a la hora acostumbrada me desperté y conecté con Radio  Madrid como lo hacía cada mañana.
Eran, las 7'40, cuando Iñaqui Gabilondo nos comunica que en la Estación de Atocha se producían dos explosiones muy fuertes,  y no se sabía más. Pero empezaron a llegar noticias de periodistas que vivían cerca de Atocha y la noticia de que en la calle Téllez, en Santa Eugenia y en el Pozo del Tio Raimundo, habian habido sendas explosiones.
Nuestra imaginación empezó a volar: ha sido Eta, ha sido Eta. Todo era muy confuso pero poco a poco empezaron a llegar imágenes por la televisión y noticias por la radio de que el número de víctimas era muy grande.
Yo me estaba preparando con mi chándal para irme a pasear, pero me quedé petrificada delante del televisor. No podía creer lo que estaba viendo. Gentes andando por los andenes huyendo de aquel horror. Cuerpos malheridos depositados en un polideportivo cercano; todo eran quejidos y llantos no sólo de los heridos, sino de la gente que acudía a sus trabajos y que no dudaron dejarlo todo por ayudar a aquellas personas tan heridas. Arrancaban los bancos de la calle para improvisar una camilla en la que poder trasladar a algún herido, abrazar a alguien que desorientado no podía comprender lo que estaba ocurriendo. Inmediatamente la gente se desplazó a la Puerta del Sol a ofrecer su sangre. Los hospitales se movilizaron y los que acaban el turno a las 8 de la mañana, se quedaron en sus puestos de trabajo para ayudar a las personas que llegaban sin cesar para ser atendidos.
Especial impacto causaba el sonar de los móviles; en el tremendo silencio que siguió a la explosión solamente se escuchaba  la llamada de los móviles que sin cesar sonaban dentro de aquellos vagones. Familias que llamaban para tener noticias de sus familiares que normalmente tomaban a aquella hora el tren de cercanías para acudir al trabajo, a la universidad, a  algún hospital del centro de Madrid, en definitiva llevar la vida normal de una ciudad.
No nos podíamos creer que hubiera ocurrido un acto terrorista de esas características. Hasta dónde el odio;  pero un comunicado nos hizo girar la mirada hacia otro lado. Categóricamente Eta  dijo que ella no había sido, y las características del atentado nos confirmaba que por esta vez, ellos no habían intervenido. Entonces ¿quién?
Los hechos se sucedían rápidamente y por la noche ya había los primeros detenidos, y poco a poco hilvanábamos todo.
Hoy hemos sabido que hubo una entrevista del presidente Busch  a en ese momento Presidente de las Naciones Unidas, por cierto peruano, que el atentado lo había cometido una cédula islamista, pero nosotros no sabíamos nada. Se nos ocultaba la verdad, y eso nos sublevó, nos llenó de indignación y exigimos la verdad que nos daban con cuentagotas. Creo que la situación les estalló a ellos en su propia cara y les desbordó.
Todo lo vivido en días posteriores fueron tan intensas que no podíamos dormir; en el Metro la gente iba cabizbaja, a veces lloraba y todos estábamos acongojados como yo nunca he visto a esta ciudad, que dicen que es fria e insensible. Quienes vivimos aquellos días, sabemos que eso no es verdad. El movimiento de solidaridad de las gentes no tiene comparación con ningún otro, y quizás por primera vez en mucho tiempo España entera se unió a nosotros: catalanes, vascos, castellanos, andaluces, etc. todos "viajábamos " en los trenes fatídicos.
Al cabo de unos pocos días y después de reconocer a sus seres queridos, las familias acudieron a Ifema a  buscar las pertenencias de los fallecidos. Especial impacto me causó un ciudadano peruano que con la mochila de su hijo de dieciocho años recorría con mirada ausente, solo, sin saber a dónde ir el pabellón. No se creia que aquel único hijo que se había establecido en Madrid para estudiar cine y que su ilusión era recalar en Hollywood, hubiera perdido la vida tan inutilmente. Alguien anónimo le preguntó a dónde iba y abrazándole se le llevó.
Desde un  primer momento todo funcionó coordinadamente y todos los heridos para mediodía habían recibido asistencia sanitaria y estaban tratando de organizar aquél caos inmenso de 1.500 heridos que localizaban a sus familias.
Los psicólogos acudieron en tropel al pabellón de Ifema, los voluntarios sociales, la Cruz Roja, el Samur, todas aquellas personas anónimas que prestaron su ayuda desisteresada.
Fueron días terribles, pero al contrario que en EE UU a nosotros sí nos mostraron las caras y las biografías de aquellos que perecieron en los trenes. Lo demandábamos, era nuestra terapia particular para tratar de asimilar aquel espanto vivido en pocos minutos.
Han pasado siete años; los homenajes se siguen celebrando que nunca, nunca podremos olvidar lo vivido en aquellos días. Se cometieron muchos errores por parte de las autoridades: no nos informaron con la verdad. No éramos niños pequeños, necesitábamos saber por qué se había producido aquello. Lo supimos, seguimos el juicio con interés y hoy día hay 16 hombres que van a cumplir 50 años de condena  en aislamiento sin rebajas y sin perdones. ¿ Había más gente? seguro que sí, pero huyeron y más tarde murieron unos en Irak otros en Afganistan y posiblemente algunos continuan huidos, pero nosotros aprendimos a defendernos de los atentados islamistas. No soy muy creyente, pero sí  recurro a Jesucristo y le digo: bendice a las víctimas, bendice a sus familias todavía en tratamiento psicológico de una pérdida irreparable. Bendícenos a todos para que nunca perdamos la sensiblidad que ante una desgracia de estas características sepamos ayudar  a otras personas.
Dios bendiga a mi pais que no reaccionó con odios ni exclusiones ante otras razas, porque ellos también fueron víctimas. Dios bendiga a ese médico ruso que ante un guardia de seguridad tendido en el andén de Atocha en lugar de huir ayudó a aquel hombre que pudo conservar su vida y hoy son amigos de por vida. Dios bendiga a todos aquellos que dieron su sangre para los heridos, Dios bendiga a aquellos que se quedaron cogiendo su mano para las personas que moribundas tenían miedo de quedarse solas. Dios bendiga a aquellos barrenderos que dejando su trabajo saltaron a los andenes para recoger a los heridos, Dios bendiga a todos los anónimos que ayudaron a los médicos a sujetar las botellas de suero con las que aliviar a esos cuerpos maltrechos. Dios bendiga a España y la libre de otra tragedia, porque no nos la merecemos, nadie merece una tragedia semejante.
Somos solidarios, siempre acudimos donde nos necesiten y por encima de todo, quizás por nuestra trayectoria de guerras, somos pacifistas no sólo con nosotros, sino con todos los pueblos del mundo.
Por favor NUNCA MAS.

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